Si uno sacara la cuenta de la cantidad de veces que ha utilizado las palabras DISCUTIR y PELEAR como si fueran sinónimos, y a su vez, la cantidad de veces que se ha reflexionado sobre el real significado de cada una, la balanza se inclinaría inequívoca y abruptamente hacia lo primero y en detrimento de lo segundo.
Para mí, la una y la otra se diferencian, primordialmente, en que con una se CONSTRUYE y con la otra se DESTRUYE. Pero para ir más al fondo de esta apreciación mía, me remontaré a los inicios de la humanidad, allí por dónde el hombre comenzaba a utilizar la palabra......... na na, no me voy a ir tanto, nomás me quedo en este tiempo para darle un marco más actual a la cosa.
Reflexionemos: ¿cuántas veces uno encara una "discusión" con el objetivo de llegar a un acuerdo y cuántas lo hace con el fin de herir al otro manifestando los pareceres propios a través de un monólogo sordo, desatinado y ciego? Ahora... ¿se es consiente de esta segunda manera de hablar? Yo creo que a veces sí y otras no, ambas peligrosas y nocivas por igual. La primera, porque es bien al pedo y en nombre de la famosa frase "por lo menos se lo dije y me descargué" se dicen cosas que, lejos de llevarte a buen puerto, empeoran la situación. La segunda (quizás peor), es una verdadera cagada (en criollo para que todos lo entiendan) porque implica que ni siquiera nos hemos puesto a reflexionar sobre cuál es el verdadero fin de una discusión y con ese criterio, las cosas se nos van de las manos y terminamos diciendo barbaridades que nos alejan aún más de la persona con la que estamos en "conflicto".
Dicho esto me pregunto: ¿cuán sinceros somos a la hora de hablar con alguien? ¿Realmente queremos arreglar las cosas o simplemente vamos a pelear para ver quién tiene la razón en todo esto? Este es un punto clave que, para mí, marca la diferencia entre DISCUTIR y PELEAR.

Cuando se pelea, en cambio, el diálogo se torna trunco teñido por el deseo y la avaricia de tener la derecha o la razón a cualquier precio. Ahí es cuando las cosas se ponen feas, las palabras brotan cual lava caliente de un volcán que erupciona sin medir las consecuencias y sin pensar que la persona que tenemos en frente, probablemente es un ser querido con el cual hemos tenido el infortunio de no hablar las cuestiones en su debido momento y forma, lo que nos ha llevado a un mal entendimiento que aumenta las asperezas y disminuye las posibilidades de limarlas pacíficamente.
Dicho esto entonces, pienso: que las relaciones afectivas todas, no son de color rosa y, en ciertas ocasiones, necesitan un ajuste de tornillos para encausarse. Por eso, lo mejor es siempre hablar y plantear los problemas a medida que se vayan presentando, sin dejar que pase el tiempo para evitar un posterior decálogo de historicismo absurdo que nunca se dice de buena manera y sólo sirve para empeorar la coyuntura. La palabra está para eso y tenemos la obligación de hacer con ella un uso correcto y concienzudo, es la única manera que existe de hacer que la comunicación sea fructífera, constructiva y certera. Porque, si bien las relaciones no son color de rosa, tampoco son negras, pongamos nuestro granito de arena para que al menos vayamos del oscuro al claro y no viceversa.