lunes, 23 de julio de 2012

¿DISCUTIR O PELEAR?

Si uno sacara la cuenta de la cantidad de veces que ha utilizado las palabras DISCUTIR y PELEAR como si fueran sinónimos, y a su vez, la cantidad de veces que se ha reflexionado sobre el real significado de cada una, la balanza se inclinaría inequívoca y abruptamente hacia lo primero y en detrimento de lo segundo.
Para mí, la una y la otra se diferencian, primordialmente, en que con una se CONSTRUYE y con la otra se DESTRUYE. Pero para ir más al fondo de esta apreciación mía, me remontaré a los inicios de la humanidad, allí por dónde el hombre comenzaba a utilizar la palabra......... na na, no me voy a ir tanto, nomás me quedo en este tiempo para darle un marco más actual a la cosa.

Reflexionemos: ¿cuántas veces uno encara una "discusión" con el objetivo de llegar a un acuerdo y cuántas lo hace con el fin de herir al otro manifestando los pareceres propios a través de un monólogo sordo, desatinado y ciego? Ahora... ¿se es consiente de esta segunda manera de hablar? Yo creo que a veces sí y otras no, ambas peligrosas y nocivas por igual. La primera, porque es bien al pedo y en nombre de la famosa frase "por lo menos se lo dije y me descargué" se dicen cosas que, lejos de llevarte a buen puerto, empeoran la situación. La segunda (quizás peor), es una verdadera cagada (en criollo para que todos lo entiendan) porque implica que ni siquiera nos hemos puesto a reflexionar sobre cuál es el verdadero fin de una discusión y con ese criterio, las cosas se nos van de las manos y terminamos diciendo barbaridades que nos alejan aún más de la persona con la que estamos en "conflicto".

Dicho esto me pregunto: ¿cuán sinceros somos a la hora de hablar con alguien? ¿Realmente queremos arreglar las cosas o simplemente vamos a pelear para ver quién tiene la razón en todo esto? Este es un punto clave que, para mí, marca la diferencia entre DISCUTIR y PELEAR. 
Cuando se discute, se intenta construir para conservar la relación, para solucionar algún problema (siempre los hay) o pulir asperezas. El objetivo es escuchar la postura del otro y expresar la propia sin calenturas, sin enojos y dejando el EGO en el freezer para que no salte como gato enjaulado (o cascoteado) cuando el otro dice algo que no nos gusta demasiado. Y ese es otro punto: durante una discusión, lo más probable es que nos digan cosas que no nos gusta escuchar, lo cual no significa un ataque (y no debe tomarse como tal), sino que es la mera expresión de algo que no contribuye en nada a la relación. Se plantea como un problema que, lejos de sumar, resta y que simplemente hay que solucionar a través de la palabra bien intencionada.
Cuando se pelea, en cambio, el diálogo se torna trunco teñido por el deseo y la avaricia de tener la derecha o la razón a cualquier precio. Ahí es cuando las cosas se ponen feas, las palabras brotan cual lava caliente de un volcán que erupciona sin medir las consecuencias y sin pensar que la persona que tenemos en frente, probablemente es un ser querido con el cual hemos tenido el infortunio de no hablar las cuestiones en su debido momento y forma, lo que nos ha llevado a un mal entendimiento que aumenta las asperezas y disminuye las posibilidades de limarlas pacíficamente.

Dicho esto entonces, pienso: que las relaciones afectivas todas, no son de color rosa y, en ciertas ocasiones, necesitan un ajuste de tornillos para encausarse. Por eso, lo mejor es siempre hablar y plantear los problemas a medida que se vayan presentando, sin dejar que pase el tiempo para evitar un posterior decálogo de historicismo absurdo que nunca se dice de buena manera y sólo sirve para empeorar la coyuntura. La palabra está para eso y tenemos la obligación de hacer con ella un uso correcto y concienzudo, es la única manera que existe de hacer que la comunicación sea fructífera, constructiva y certera. Porque, si bien las relaciones no son color de rosa, tampoco son negras, pongamos nuestro granito de arena para que al menos vayamos del oscuro al claro y no viceversa.